“No dejes que termine el día sin haber crecido un poco.

Sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento…

No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario”.

No te detengas

Walt Whitman

 

 

La vida está repleta de personas sencillas con la capacidad de hacer cosas sobresalientes.

En el pasado, algunos psicólogos sostenían que el entorno familiar era determinante en la formación y actitud de un joven durante sus primeros años de existencia, sin embargo, los grandes eruditos del comportamiento humano se equivocaban.

Algunas personas, casi engullidas y diezmadas por una sociedad gris y decadente, son capaces de brillar con luz propia. Todo ello a pesar de las carencias afectivas y de recursos que sufrieron durante su infancia y de no haber disfrutado de las mismas oportunidades, que otros; para desarrollarse en el seno de una familia “normal”.

El espíritu humano es muchas veces como una flor en el asfalto. Una rareza obstinada por sobrevivir en las peores condiciones.

El joven Walt era el segundo de nueve hijos. A los 4 años, la familia se mudó a Brooklyn. Fue una época de penurias y precariedad económica. Sus primeros trabajos fueron atendiendo una linotipia propiedad del semanario The Patriot, en Long Island, tipógrafo, librero…, ocupaciones poco atrayentes y mal retribuidas, que necesitaba identificar como oportunidades.

Se ha escrito mucho sobre la sexualidad de Whitman, sus creencias y estilo de vida. Sobre la trascendencia de su obra, miedos y fracasos. Algunos lo han descrito como “un magnífico haragán”, un “vagabundo semidivino”, un “borracho de buen corazón”, un “maestro sin vocación”…, una figura bohemia de largos paseos, que podría recordarnos a Santiago Rusiñol en su época más tardía. Sin embargo y a pesar de la imagen que proyectaba, fue el más notable poeta de la transición democrática de Estados Unidos, la voz profunda y liberal de una sociedad americana profúndamente inconformista.

En 1855, a la edad de 36 años, y a pesar de su excasez de medios pudo reunir el dinero necesario para financiar el que sería su más fructífero e influyente proyecto literario, la autoedición de su obra maestra: “Hojas de hierba”. Desde ese momento comprendió que la voz interior que siempre le había acompañado desde su infancia, en permanente lucha por salir y liberarse, quedaría inmortalizada en las páginas de ese libro.

La poesía de Whitman es todavía hoy objeto de estudio en las universidades, para muchos ha representado el antes y el después de la libertad de la palabra, una nueva filosofía de vida retroalimentada por la pasión y al mismo tiempo necesidad de comunicarse.

Casi 200 años después de su nacimiento, la obra de Whitman ha sobrevivido exitosamente al paso del tiempo.

LA HERÈNCIA FAMILIAR

Desde hace algún tiempo, relatívamente reciente, hemos oído hablar en debates o leído algunos estudios sobre el concepto llamado  “familias desestructuradas” o carentes de una extructura sólida, socialmente “aceptable”. Sin embargo nuevas voces han adoptado la fómula: “familias disfuncionales” para referirse a aquellas que no cumplen su función. Es decir, que dentro del ámbito familiar se den de forma natural ciertos comportamientos afectivos de honra, cariño y bienestar. Los padres, quizá por su inmadurez, quizá por falta de criterio o malos hábitos, o símplemente por ser las nuevas víctimas de esta voraz crisis económica, no asumen su rol como adultos que se interesan en proveer lo necesario en sentido físico, moral y emocional para su familia.

Crecer en una familia disfuncional puede afectar el desarrollo psicológico y emocional de una persona, pero la pregunta es si esta circunstancia va a condicionar de manera decisiva toda su vida.

En el caso de Walt Whitman no fue así y su ejemplo llena de libertad y esperanza a todos aquellos que necesitan crecer y desarrollarse en las peores circunstancias.

Walt creció en el seno de una familia con pocos recursos, su padre era un humilde carpintero y el pequeño Whitman tuvo que abandonar los estudios más elementales a la edad de diez años para poder trabajar en una imprenta. Sus primeros contactos con los artículos periodísticos y los libros de la época fueron como un refugio para él y pronto comenzó a garabatear sus primeras estrofas.

Nunca subestimemos el poder de la literatura, de las palabras dichas desde lo más recóndito de nuestro interior:

“No dejes de creer que las palabras y la poesía pueden cambiar el mundo”

by Manuel Julián