La nueva ley de protección de datos [RGPD], (Reglamento General de Protección de Datos de la UE) de 25 de Mayo de 2018 ha suscitado un dilema ético-moral y administrativo sobre el verdadero uso que se está haciendo, o se a hecho, de la información, en especial sobre nuestra intimidad y legítima vida privada.

Algunos portales, como WeTransfer, creados originalmente para compartir datos de mayor peso reconoce que todo este asunto,  sencillamente es, “escalofriante”.

Y como siempre, no vamos a perder el tiempo con tus datos, porque, bueno, eso es escalofriante”

WeTransfer mayo de 2018

Después de más de una década publicando nuestra vida privada en las redes sociales, con todo lujo de detalles sobre: dónde y cuando viajamos, nuestras celebraciones familiares, logros personales, niños en la bañera, lo que comemos, lo que detestamos y qué esperamos de la vida…, ahora nos hemos vuelto unos snobs enarbolando la bandera del derecho a la privacidad. Esta clamorosa iniciativa, que nace como referente en la forma en que algunos famosos y personas públicas intentan que respeten su vida “normal”,  ha incitado o empujado a diversos organismos públicos y privados a promulgar leyes sobre el uso que se hace o se ha estado haciendo de nuestros datos personales: imágenes, gustos, opiniones, tendencias…, teléfono, dirección, cuentas bancarias, turismo, compras online…, la lista sería larga.

Un gran mercado en la sombra compra literalmente nuestros datos para después ofrecernos toda clase de productos que no necesitamos ni hemos solicitado. En función de nuestro perfil y preferencias, estilo de vida, la manera en que compartimos nuestro tiempo libre o sencillamente dónde hacemos clic en “me gusta”, recibiremos toda clase de persuasivas y persistentes ofertas que nos saturarán de información y que convertirán nuestra bandeja de entrada en un enorme Spam del que es difícil recuperarse.

“Los datos privados son el oro de la empresas del siglo XXI”

Instinto y Pólvora

Silvia Barrera

Editorial Planeta

Por ejemplo. El invierno pasado dije que me gustaba o sentía cierta simpatía por una productora vinícola de mi comarca. Y desde entonces he recibido unos 600 mensajes ofreciéndome vinos de todo el país y también del extranjero. Creo en estos momentos que dispongo de toda la información necesaria para realizar un estudio de mercado que sobrepasaría las especulaciones de la NASA, la envidia de cualquier sumiller.

¿Qué es lo que está pasando?

En la década de los 80 visionamos películas sobre la manera en la que grandes organismos vigilaban nuestros movimientos, algoritmos que controlaban nuestras conversaciones telefónicas, que saben todo sobre nosotros y calculan estimaciones de vida y tendencias para descartar posibles “peligros”. Teorías de “la conspiración” que han conducido a grandes naciones a invertir enormes sumas de dinero en escuchar, analizar y procesar conversaciones privadas. Satélites que pueden captar imágenes en alta definición del prospecto de nuestras pastillas para el dolor de cabeza mientras caminamos.

Sin volvernos paranoicos, lo cierto es que siempre hay alguien al otro lado, escuchando, alguien a quien “no hemos invitado a la fiesta”. Y hoy todo eso, teórico o demostrable, nos sobrepasa, porque en la mayoría de los casos, no hemos leído la letra pequeña. La que habla de compromisos, derechos y obligaciones. La letra no es pequeña porque las grandes multinacionales deseen ahorrarnos la tediosa lectura, o porque de repente se sientan preocupados por la tala de árboles en el Amazonas, sino porque de esa manera no quedan claramente establecidas las consecuencias de por ejemplo: darnos de baja de un servicio, devolver un producto que no nos ha resultado satisfactorio o sencillamente reclamar cualquier deficiencia en la atención al cliente. Estaba todo ahí, cuidadosamente redactado, pero no lo leímos porque no nos apetecía pasar un par de horas frente al mostrador examinando un texto bajo la lente de aumento de una lupa. Nos confiamos y la confianza siempre pasa factura.

La nueva ley de protección de datos, en realidad no es nueva. Es solo la consecuencia de varias décadas de abuso de confianza.

“Anote aquí sus datos” “su password” “su E-mail y contraseña”…,

Todo lo que publicamos en Internet deja un rastro. No hace falta ser muy avispado para que otros sepan todo lo esencial sobre nosotros mismos: nuestra vida laboral, nuestro plan de jubilación, quien forma parte de nuestra familia, dónde vivimos, el modelo de nuestro coche y hasta el nombre de nuestro perro.

Si realmente somos celosos defensores de nuestra intimidad, ¿por qué revelamos tantos datos susceptibles en las redes sociales?

Las leyes no podrán nunca controlar el uso que hacemos de nuestros derechos. El derecho a expresarnos y el de difundir nuestra vida privada, con todas sus consecuencias. En cierto modo somos nosotros mismos los responsables directos de nuestra capacidad de comunicación.

Quizá no hemos tomado conciencia, o hemos subestimado el efecto que puede tener en nosotros y nuestras familias una sociedad tóxica y sin escrúpulos. Formada por personas que ocultan lo que son y de oscuras intenciones. No podemos exponer a los más pequeños a un uso ilimitado y descontrolado de Internet, con todas sus implicaciones. Debemos llegar a tiempo.

Una conocida página sobre software de control parental reconoce lo siguiente:

“…los peligros que encierran son muy altos, como pueden ser ciberbullying o el sexting. Junto a lo anterior, los contactos con personas desconocidas son cada vez más frecuentes en las diversas redes sociales, y no siempre estas personas son de fiar. Pero a todo esto hay que añadir el hecho de que los menores no solo tienen acceso a información útil para sus estudios o de información, sino que también pueden acceder a contenido inadecuado para ellos, como puede ser contenido de violencia, pornografía o radicalismo”.

A veces, simplemente nos dejamos  llevar por la emoción y nos cuesta seguir las recomendaciones, pero si somos celosos de nuestra vida privada, debemos ser consecuentes y hacer un uso racional de nuestra libertad de comunicación.

by Manuel Julián