Una niña de 9 años, un perro basset y un bote de pintura dorada.
Cuando a finales de agosto recibí el encargo de escribir un cuento personalizado para una niña de Oklahoma, lo consideré un privilegio, no solo porque la petición venía a través de mi recepcionista favorita Laurie Baughman a quien siempre he llamado cariñosamente Moneypenny, sino porque también suponía un gran reto creativo.
Para la localización de este pequeño relato elegí el barrio londinense de Bloomsbury, incluso el nombre, las casas y la vida allí parecían extraídas de un cuento. Durante las siguientes semanas se crearon los ambientes, los personajes, la idea original y los primeros diálogos.
El personaje principal era una niña de cuarto curso de primaria con un pelo muy rubio y unas divertidas gafas rojas, en cuanto la vi supe que era alguien muy especial. La pequeña debía descubrirse a sí misma a través de la historia y los padres colaboraron en recomendar hacia dónde mover el texto para resaltar alguna cualidad necesaria.
Como yo no soy un ilustrador y se trataba de un cuento, de nuevo nos enfrentamos al reto de las imágenes. En este apartado y con la inestimable ayuda de Laurie con sus recomendaciones y traducción al inglés, el cuento fue tomando forma.
Como todos los cuentos, hay episodios de literatura fantástica y sucesos improbables. Pero en este caso lo que hace más creíble la historia es que aunque no está basada en hechos reales, sus personajes están inspirados en personas que sí lo son y ambientes que sí eran reales, como es en este caso la familia y el mundo de Cara Mae, sus canciones preferidas, sus actividades después de clase o su estilo de ropa. Cada detalle es y resultará tan real como una fotografía de nuestra infancia que descubrimos en un cajón cuarenta años después de aquel mes de diciembre de 2019.
— ¿Qué haces aquí? ¿Te has perdido?
Cuando la niña caminaba, el perro le seguía, pero cuando se detenía, el pequeño basset se sentaba de nuevo en la acera. Era como un divertido juego.
—Si estás buscando algo de comer, solo tengo un poco de agua.
La niña acarició al perro y miró su nombre en el collar.
—Así que te llamas Wooster. ¿Qué clase de nombre es este? ¿Es que acaso eres el animador de un equipo de Básquet?
La niña prosiguió su camino y al momento escuchó una voz detrás de ella que le decía:
—No tengo hambre ni soy un animador de la NBA.
Clarice se dio la vuelta muy preocupada y miró a su alrededor:
— ¡Amelia! Si eres tú, no tiene ninguna gracia! ¡Ya puedes salir de detrás de los árboles!
Pero en los árboles no había nadie.
Clarice aceleró el paso y esta vez el perrito caminaba a su lado moviendo sus enormes orejas de un lado para otro.
— ¿Por qué tienes tanta prisa? —Le preguntó Wooster
Clarice dio un respingo como si hubiera pisado un cactus.
— ¿Qué te pasa, es que nunca has visto un perro? —Le dijo Wooster.
—No uno como tú…, quiero decir…, uno que hable. ¡No puedo creer que esté hablando con un perro. ¿Me he vuelto loca? Definitivamente me he vuelto loca y debo ir inmediatamente al médico.
—No. No te has vuelto loca. Muy poco humanos pueden entender nuestro lenguaje, pero tú eres uno de ellos, es una habilidad única entre millones, pero no he venido a verte por eso, tengo un problema y necesito tu ayuda—
Lo que había dicho el perro despertó la curiosidad de Clarice:
—¿Qué clase de problema?
—Se trata de mi dueño. A Norman se lo ha tragado un libro.
Escritor en Ediciones DéDALO desde 2012. Redactor de contenidos para revistas culturales, blogs y páginas webs. Corrección ortotipográfica y de estilo. Writer freelance. Conferenciante. Autor de libros, relatos breves y cuentos para diferentes edades.