Primeras lecturas

Alumnos la SEDA 1978

 

Alumnos La SEDA 1978

Mi primer contacto con la lectura fue durante el verano de 1968. Yo todavía era un niño, pero recuerdo bien la insistencia de mi abuelo Eloi para que aprendiera a leer.  Un cartel publicitario, el nombre de una calle, el titular de un periódico, todo ello era una buena herramienta para aprender. Su persistencia dio frutos y para el invierno de ese mismo año tuve mi primer libro: Las fábulas de Samaniego. Para entonces ya había aprendido a leer y escribir aceptablemente.

Al año siguiente dio comienzo mi primer año escolar, tenía seis años y recuerdo que el profesor me pedía colaboración para ayudar a otros niños a iniciarse en el apasionante mundo de la lectura y la escritura mediante las antiguas cartillas con letras, palabras y frases sueltas.

Avanzando el tiempo, en el colegio de La Seda de Barcelona teníamos por las tardes una hora de lectura y era entonces cuando podíamos disfrutar de las maravillosas aventuras de Julio Verne, Enid Blyton o Hergé.

Aún no tenía edad para solicitar un carnet de biblioteca, por lo que acompañaba a mi vecino Bernat, mucho mayor que yo de camino a casa los viernes por la tarde.

Mi abuela Julia me pedía por las tardes que le leyera algo, pero primero teníamos que escuchar el consultorio de Elena Francis, la música de la sintonía y la voz radiofónica eran como un soporífero hechizo junto a la estufa de butano. Escuchando las opiniones de mi abuela sobre lo que habíamos escuchado y los retazos de experiencias de su propia vida, nació en mí una instintiva inclinación a poner por escrito lo que sentía por todo lo que me rodeaba. Ya fuera una conversación con mi abuela, una fábula o una vivencia en el colegio o las calles de mi barrio, todo ello influenciaba mi mente hacia una libreta de rayas.

Reconozco que en el devenir de la vida, cuando peor lo he pasado, ha sido cuando más he escrito. Quizá como una manera de reconciliarme con mis temores o sencillamente para evadirme de ellos, pero todos y cada uno de aquellos personajes reales o imaginarios llevaron una parte oculta o manifiesta de mi intimidad con el papel y la traslúcida forma de mis emociones.