El siguiente microrrelato quedó finalista en el primer Concurso de Relatos con Alma, promovido por Iberik hoteles. El tema debía tratar sobre turismo o viajes y no exceder el espacio de una página. Fuente arial 12 y entrelineado sencillo.

La experiencia de escribir esta pequeña historia transcendencia mucho más allá de la literatura, puesto que el texto formaría parte de un librito que estaría a la venta en los hoteles y cuya recaudación iría destinada a la ayuda desinteresada de diferentes entidades no lucrativas como hospitales y otras organizaciones benéficas.

De entre todos los participantes, más de 200 escritos, solo se seleccionarían 10 finalistas. Este relato, «Suite Xaloc» se incluyó entre uno de ellos.

«Lo que tienes en tus manos es algo único.

No es solo un libro. Es una celebración porque los relatos que componen este volumen son el resultado del I Concurso de relatos que decidimos organizar con motivo del Día Internacional del Libro…, estos relatos no son meras historias, sino auténticos Relatos con alma»

Dirección Iberik Hoteles

Al principio fue un verdadero reto explicar toda una trama en pocas palabras y en un espacio tan reducido. El tema, sin embargo, me atraía, de modo que me inspiré en un suceso real que vivimos en el hotel donde trabajo.

Desde hace más de cinco años soy el recepcionista del turno de noche y aunque hay muchas tareas que atender y no dispongo de mucho tiempo, lo cierto es que este trabajo me ha posibilitado conocer a muchas personas e historias de lugares tan remotos como Islandia, Japón o las islas Feroe. He creado con el tiempo algunos vínculos y para la mente inquieta de un escritor, toda experiencia puede tener su lugar en el imaginario personal y formar parte después de las páginas de un libro.

          

Suite Xaloc

by Manuel Julián

Los libros que ya no cabían en las estanterías se amontonaban sobre el sillón y el escritorio. Olía a café y a troncos de encina consumiéndose lentamente en la chimenea. Julio estaba terminando, o más bien intentando terminar, el final de su último libro. Ya había sentido alguna vez ese gran vacío creativo que le mantenía atrapado a una página en blanco. El cursor de su portátil palpitaba con sentimiento de abandono, mientras una taza humeante empañaba sus gafas. 

El personaje de su novela, un músico polaco, estaba en esos momentos en Múnich huyendo de las garras de un mercenario checheno y perseguido por dos agentes de la CIA. En la sinopsis había lanzado una pregunta sobre ¿qué era lo que uno estaba dispuesto hacer por amor? Una pregunta que ni siquiera él mismo era capaz de responder en esos momentos.

             Julio se levantó para mirar por la ventana. La lluvia y el viento de Cantabria azotaban el cristal, que ya se había cubierto de líneas temblorosas de agua y hojarasca. Estaba allí, envuelto por un silencio que le absorbía como un agujero negro, cuando un irrefrenable impulso le condujo hasta el aeropuerto de Santander para comprar un billete a cualquier parte.

Ya estaba acomodado en su asiento de ventanilla, con el ordenador portátil dentro de una desgastada bolsa de viaje y la muda de una semana. Veinte minutos después, la panza de aquel pesado Airbus alineaba su horizonte virtual sobre un lecho de nubes. Julio se sentía como si estuviese bailando desnudo en un campo de ortigas. Aproximadamente dos horas después subió a un taxi en El Prat con dirección a Sitges, un pueblo asomado al mar. Eligió el hotel a dedo y reservó una habitación con nombre de viento; la suite Xaloc, el cálido Siroco procedente de África tan temido por los marineros. Julio pensó que quizá el significado de ese nombre le podría resultar sugerente y a las dos de la mañana ya se había derrumbado sobre una mullida cama en otro lugar, ante otro silencio apenas suavizado por el rumor de las olas.

            En la suite se reflejaba la acuosa luz de una piscina y Julio se preguntaba qué es lo que estaba haciendo allí, esperando que un cúmulo de sombras sinuosas proyectadas sobre el techo de una habitación de hotel le mostraran el camino. En ese momento un fuerte soplo de viento abrió la puerta del balcón y mientras el frío aliento de noviembre le golpeaba en la cara, la vio, caminando descalza sobre el borde de la piscina, vestida con un fino camisón blanco que se estremecía con la brisa del mar. Su melena rubia le ocultaba la cara, se detuvo de espaldas al agua y se desplomó hasta hundirse lentamente, sin oponer resistencia.

Julio pasó por delante de la entrada principal del hotel en zapatillas y pijama, gritando al recepcionista que llamara urgentemente a una ambulancia. Y después se lanzó al agua.

Esa fue la primera vez que Elena estuvo en sus brazos. Al principio creyó que la había salvado de morir ahogada, pero en realidad fue él quien desde hacía mucho tiempo se estaba ahogando en un hastío infinito, en una historia inacabada, en su propia soledad.

            Elena pasó todo lo que quedaba de su estancia en la suite Xaloc, la del viento que le había abierto las puertas a una nueva vida, una que ya era distinta.

Seis meses después acompañaba a Julio en la presentación de su nuevo libro: «Mañanas que se parecen», la del músico polaco intentando sobrevivir a sus propios miedos. Elena tenía un sitio reservado en la primera fila. Cuando él alcanzó a verla, entrando en aquella biblioteca, supo que sus mañanas habían dejado de parecerse.