Llevaba casi media hora sentado en aquella parada de autobús, dando un vistazo a alguno de aquellos videoclips que ya había visto todo el mundo, cuando una chica se acercó hasta allí. Tendría unos veinte años, vestía una blusa blanca, de algodón natural, unos pantalones grises y unos zapatos oscuros con poco tacón, parecía la recepcionista de un hotel de lujo. Para protegerse del frío otoñal utilizaba un impermeable blanco con capucha. Debo reconocer que quizá por defecto profesional, siempre me he sentido atraído por los detalles.  

Pasaron varios minutos mientras el ruido del tráfico y la suave luz de las farolas creaban una atmósfera inquieta y al mismo tiempo suave. Luego ella se sentó a poca distancia, quería decirme algo y era evidente que se sentía incómoda:

 —¿Sabe en qué año estamos?

Le miré con suspicacia, como si no hubiera entendido la pregunta. Creí en ese momento que se trataba de algún tipo de broma o que quizá había huido de un centro psiquiátrico, lo normal habría sido que me preguntara la hora o cuándo llegaría el próximo autobús, pero luego pensé que, por mi parte, sería algo grosero, incluso desconsiderado no responder:

 —¿No recuerdas qué año es?

—No puedo recordar las fechas y los lugares en los que no he estado.

La inesperada respuesta de la recepcionista me había dejado completamente desconcertado:

—Octubre de dos mil veintitrés.

Tuve en ese momento la impresión de que la joven se sentía confusa incluso decepcionada.

—No puede ser. Algo ha fallado, no debía estar aquí.

En ese punto pensé que lo mejor era regresar a casa caminando, ya había tenido un día suficientemente intenso en el trabajo, resolviendo toda clase de errores y amenazas informáticas, pero la desconocida volvió a retomar la conversación:

 —Me llamo Allison YP44, ¿y tú?

 —Muy bien Allison, me llamo Albert, ¿y el YP44 qué es? ¿la matrícula de tu moto?

—Es mi código de fabricación, ya sabes, humanoides de última generación.

 Albert todavía no podía entender cómo se había dejado atrapar en la conversación y de forma totalmente ingenua e incluso contradictoria, se sentía atraído por los argumentos de aquella chica misteriosa.

 —Lo siento, no soy tan friki como para soportar este rollo, ¿Me estás diciendo que no eres humana?

 —Estoy recubierta de un polímero blando y elástico. De todas formas, ¿Qué es ser humano? ¿Sentir alegría, tristeza, compasión, ternura? …, yo puedo repetir todas esas rutinas. —Respondió Allison.

Albert volvió a sentarse en el reluciente banco de acero, se sentía agotado, confuso e incluso irritado por el esfuerzo de comprensión que sin saberlo, le aguardaba al salir de su trabajo.

—Sentir compasión no puede ser una rutina —dijo por fin.

—Lo que tú digas. —Respondió el humanoide. —Necesito ir a DRIPS.

—¿Qué es DRIPS?

—Es el lugar donde me diseñaron, pero todavía no lo saben, esto sucederá dentro de cinco años.

—¿Tú me ayudarías a encontrarlo?

El silencio se había hecho tan denso que parecía espesarse y aunque el técnico informático se sentía profundamente atraído por todo lo que había leído sobre Inteligencia artificial e ingeniería genética, era consciente de que aquello que estaba pasando en esos momentos, le superaba.

—¿Drips?

Albert escribió la palabra en el buscador de Internet de su teléfono.

—Drips significa goteo, pero no hay ningún laboratorio o empresa química con esa marca.