«Festina lente» es una locución latina que proviene de la voz griega oxímoron y cuya traducción literal sería: «Apresúrate despacio». O como decían nuestros abuelos: «Vísteme despacio que tengo prisa». Esta reflexión procede de aquella antigua sabiduría popular sobre las nefastas consecuencias de las prisas. De la actividad frenética y acelerada, tan presente en la sociedad actual. Cuanto más corremos, más cosas importantes nos perdemos sin que ni siquiera nos hayamos dado cuenta: los ratos con los amigos, el crecimiento de nuestros hijos, contemplar una puesta de sol…

En la antigua Roma, el emperador Augusto acuñó el concepto Festina lente en un escudo de armas con dos símbolos: el ancla y el delfín. El primero representaba la firmeza y el segundo la agilidad y la audacia.

Con el tiempo y debido a la trepidante y estresante vida que casi todos llevamos, un grupo de amigos, profesores de universidad, crearon un grupo que se llamaría «Slow people» o personas lentas, no en un sentido peyorativo sino el de aquellos que han decidido vivir a otro ritmo, personas que siempre que las circunstancias se lo permiten, desean ir más despacio.

Fue al principio una idea inocente sin muchas pretensiones, pero que se ha convertido en una tendencia, un trend topic, con muchos adeptos y seguidores.

La filosofía es bien sencilla, ha llegado el momento de parar, de cambiar de ritmo. De mirar todo lo que nos rodea y sentirnos afortunados por tener comida en la nevera, por no vivir en uno de esos países que actualmente sufre las consecuencias de la guerra o de los desastres naturales, agradecidos por disfrutar una medida razonable de salud, por tener los medios para ofrecer una oportunidad educativa a los hijos…, cosas sencillas que a menudo damos por supuesto y que raramente apreciamos.

Según informa la reconocida Clínica MAYO, de Estados Unidos, con sedes en Florida, Minnesota y Arizona, hay al menos nueve factores que promueven el estrés: un divorcio, la muerte de un ser querido, una enfermedad grave, un accidente, la delincuencia, una vida muy agitada, los desastres naturales, (que incluyen los causados por el hombre), las presiones en la escuela o en el trabajo y la preocupación por el empleo y el dinero. En muchos casos se trata de necesidades básicas que son cada vez más difíciles de satisfacer.

¿Qué sabemos sobre el estrés?

El estrés es la reacción del cuerpo ante una situación compleja. El cerebro hace que nuestro cuerpo se llene de hormonas. Esto provoca que se incremente el ritmo cardiaco, se altere la presión arterial, aumente o disminuya la capacidad pulmonar y se tensen los músculos. Antes de que nos demos cuenta de lo que está pasando, nuestro cuerpo está listo para reaccionar. Cuando el episodio de estrés acaba, el cuerpo deja de estar en “alerta máxima” y vuelve a la normalidad, no sin antes pasar por un periodo de agotamiento o adaptación hasta restablecer la armonía.
Armonía es una palabra corta con una multitud de matices y significados. Hay muchas cosas, quizá demasiadas, que pueden poner a prueba nuestro equilibrio natural o armonía. En ocasiones muchas pequeñas cosas pueden configurar un todo como miles de pinceladas sobre un lienzo en el que finalmente identificamos un paisaje.

Para controlar el estrés, debemos tener en cuenta nuestra salud, nuestros hábitos y rutinas, la forma en que nos relacionamos con los demás, nuestras metas y prioridades en la vida, o, dicho de otro modo, lo que realmente consideramos importante. No siempre es fácil llegar a las conclusiones acertadas, pero sí es necesario. En cualquier caso, es preferible detenernos y valorar lo que tenemos antes de lanzarnos a una búsqueda desesperada de todo lo que no necesitamos.

En cualquier caso, el ejercicio de reflexión no puede hacernos ningún daño, se trata de cambiar el ritmo de las cosas, valorar lo que tenemos y centrarnos en nuestras prioridades. Si lo logramos seremos más felices, nuestras vidas tendrán más sentido y nos habremos librado de muchos problemas que son endémicos característicos de la sociedad en la que vivimos.