“Hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que se hacen a la mar”.

Esta frase bien conocida en el mundo de la náutica, ha ayudado a crecer la fértil leyenda sobre los navegantes de todos los tiempos. Sobre aquellos que se enfrentaron sin miedo al gran azul, las enfermedades inherentes a las grandes travesías, la lucha contra las inclemencias del tiempo y la nostalgia de la lejanía. Hubo marineros que tuvieron además que afrontar otros desafíos: las guerras, las esperanzas rotas, la certeza de que no regresarían. Bill Walker era uno de ellos.

En septiembre de 1939, Bill servía en las Fuerzas Armadas Británicas, y con casi 22 años fue enrolado en el primer batallón del Regimiento Wiltshire, destinado en la India británica, primero estuvo en Bangalore y después en Madrás. Faltaban todavía 6 años para el fin de la II Guerra Mundial. El ambiente bélico, la crudeza de la intemperie, el agotamiento, nada era capaz de diezmar a Bill Walker porque el tenía un pequeño secreto. Estaba enamorado.

Bill aprovechó bien el escaso tiempo libre del que disponía para expresar sus sentimientos más íntimos, lo hizo a través de unas cartas. En una de ellas le proponía a su amada Phyllis que pasaran el resto de sus vidas juntos. Aún no había un anillo, pero sí una entrañable declaración de amor, y ella aceptó la solicitud de matrimonio de Bill. El soldado recibió muy pronto la ansiada respuesta, ese frágil papel fue para él como un preciado tesoro:

“Cariño, lloré de alegría cuando leí tu carta, no sabía qué hacer, tendrías que haber estado aquí para ver lo feliz que me hiciste cuando leí que aceptabas y que serías mía para siempre”

Este era el fragmento de una carta que núnca llegaría a su destino.

El SS GAIRSOPPA era un navío de 125 metros de eslora impulsado por vapor. El 5 de diciembre de 1940 partió de Calcuta con un importante cargamento de lingotes de plata, 48 toneladas del preciado metal con destino a Liverpool. Dos meses de travesía después, el 16 de febrero de 1941 y cuando ya se avistaba la costa irlandesa, el mercante fue torpedeado por un submarino alemán.

El navío se hundía pesadamente en las frías aguas del Atlántico norte y con él la carta de Bill para su amada Phyllis.

Devizes, condado de Wiltshire 77 años después.

El agua describía una nube de burbujas que flotaban hasta desvanecerse, la compañía Odyssey Marine había deslizado uno de sus batiscafos hasta más de 4.500 metros de profundidad, una distancia mayor del lecho marino donde reposa el Titanic (3.821m). Muchos los consideran unos cazatesoros, pero ellos prefieren identificarse como exploradores, arqueólogos subacuáticos. El Zeus, un dispositivo digital [ROV] de lecturas en 3D estaba realizando un mapeo de la zona cuando algo apareció en pantalla. Era exactamente lo que estaban buscando, se suspendieron los descansos y toda la tripulación pasó a estado de alerta.

A mucha distancia de allí, Phyllis Ponting había regado las plantas y dado de comer al gato, a sus 99 años, todavía se defendía con las tareas más básicas del hogar. La anciana vivía en una modesta casa en Devizes, a 2 horas en coche desde Londres, se puso su abrigo preferido uno de color granate y cuando se disponía a salir para dar un paseo  alguien llamó a su puerta.

—¿Señora Phyllis Ponting?

—¿Quién lo pregunta?

—Somos de la BBC, y nos acompañan algunos miembros del Museo Postal de Londres, tenemos algo para usted, ¿nos permite pasar?

Se sentaron en el sofá del comedor, el mobiliario era casi victoriano, los visitantes observaron las fotos antiguas buscando respuestas. Había pasado mucho tiempo y la señora Ponting había rehecho su vida en varias ocasiones, tenía hijos, nietos y bisnietos, una gran familia.

Cuando le mostraron la carta de Bill, enseguida reconoció la letra. Pidió a una joven que les acompañaba que la leyera en voz alta, dijo que no encontraba las gafas, pero antes de empezar miró hacia una de sus fotografías:

“Si Bill hubiera sobrevivido, habría venido a buscarme y nos habríamos casado porque estábamos muy enamorados”

La señora Ponting, visiblemente emocionada contó en el programa de la BBC “The One Show” como era la vida entonces, y compartió con miles de británicos algunos de sus más preciados recuerdos.

“No puedo creer que la carta estuviera en el fondo del mar y que ahora pueda leerla”

En realidad, el Odyssey recuperó 700 cartas, que se habían conservado de forma asombrosa en un lugar en el que ni la humedad ni el oxígeno llegaron a afectarles. Después de una cuidadosa restauración a manos de un equipo especializado y dirigido por la conservadora Barbara Borghese, las cartas forman parte hasta junio de 2019 de la exposición: “Voices from the Deep”, (Voces de las profundidades).

No siempre somos capaces de comprender el daño físico y emocional que producen las guerras, la pérdida de seres queridos y recuerdos irrecuperables. Bill Walker no era simplemente un marinero, era un joven enamorado que pudo tener un futuro feliz en Inglaterra, y que el capricho del tiempo y el espacio lo situaron en el peor lugar y en el peor momento. Sus palabras, como la de todos aquellos compañeros de viaje quedaron sepultados para siempre bajo toneladas de agua en la oscuridad del pasado.

Hemos perdido el gusto por escribir, por enviar cartas, pero no olvidemos que ese papel que la erosión del tiempo no ha conseguido que desaparezca, podremos releerlo, conservarlo y transmitirlo a las siguientes generaciones como un valioso legado. Algo que quizá no consigan los más sofisticados soportes digitales, siempre amenazados por virus y cyberataques.

El Odyssey pudo disponer por ley del 80% de toda la plata recuperada y otros objetos de interés, pero el verdadero tesoro estaba escrito en el papel de unas cartas.

El Museo Postal

Odyssey Marine Esploration