Cada año se quedan más de 70.000 títulos sin publicar. Son libros, de diferentes géneros literarios que nadie leerá. Inestimables relatos que se desvanecerán en el olvido, o como decía el texto de un grafiti que leí esta mañana de camino al trabajo: «La vida son dos frases, y la primera ya la hemos escrito».

Si el hábito de la lectura ha perdido tantos adeptos y cada vez es más difícil publicar y que te lean, ¿por qué algunos, como yo continúan escribiendo?

Para responder a esta pregunta debemos remontarnos a una obra publicada en 1621 por Robert Burton, y titulada The Anatomy of Melancholy donde se recoge la siguiente frase:

«Un suspiro con una palabra da un golpe más profundo que el de una espada»

La vieja acepción: «Es más poderosa la pluma que la espada» todavía hoy de origen desconocido, muestra con toda la sutileza de un mazazo que muchas cosas que se dicen, o en este caso, que se escriben, pueden  afectar profundamente nuestro ánimo con mayor contundencia que una espada.

Ya lo dijo el sabio, la lengua es como un pequeño fuego:

 “¡Miren! ¡Con cuán pequeño fuego se incendia tan grande bosque! Pues bien, la lengua es un fuego”

En este sentido, para los escritores intimistas, que construyen a través de sus descripciones y personajes la atmósfera necesaria para ayudarnos a crecer como personas, el resultado puede ser muy positivo.

No son simplemente lecturas para entretener, sino que pueden enseñarnos a vivir o a aprender ciertas lecciones sobre la vida sin dejarnos la piel en el intento. La lectura puede ser para nosotros como un fuego, pero no en el sentido de la devastación, sino del calor reconfortante de avivar la llama de nuestra imaginación, de la ilusión, del amor.

Muchos escribimos para que esa llama no se apague. Para que la realidad no irrumpa en nuestras vidas como un carro de combate que arrase con lo que fuimos, lo que añoramos y lo que secretamente jamás contamos, pero que hemos visto reflejado en cientos de historias escritas, algunas como las nuestras.

El escritor te habla a través de sus personajes, el libro te abraza y tú le devuelves el abrazo, especialmente en esta época de otoño incipiente, en el que una taza humea en tus manos interponiéndose entre la lluvia que lagrimea en el cristal de tus ventanas y la añoranza del relato interrumpido.

La mayoría de nosotros escribimos, porque a pesar de que no vivamos de ello, hay una química entre las hojas, la tinta, las palabras y la espera. Una neuronal conexión con miles de personas que leyeron la misma historia y que ahora desearían conocer al autor. No hay nada más grato para un autor, que le pregunten detalles sobre su libro, sobre lo que no cuenta el relato y que necesitamos saber para que encaje y le demos un lugar en nuestras vidas.

“Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque solo así puedo pensar. Escribo porque la felicidad también es un lenguaje. Escribo porque el dolor agradece que lo nombren. Escribo porque la muerte es un argumento difícil de entender. Escribo porque me da miedo morirme sin escribir. Escribo porque quisiera ser quienes no seré, vivir lo que no vivo, recordar lo que no vi. Escribo porque, sin ficción, el tiempo nos oprime. Escribo porque la ficción multiplica la vida. Escribo porque las palabras fabrican tiempo, y tiempo nos queda poco”.

Andrés Neuman

Las citas sobre los motivos que tienen algunos grandes escritores para escribir se resumen en: pasión, necesidad de transmitir, recordar, huir de la tediosa realidad, darnos armas para enfrentarnos a las decepciones y sentirnos el niño que fuimos:

“¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba? ¿Inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos, luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco. Es lo que me gusta. Y por eso escribo. ¡Hay alguna otra cosa mejor!”

David Safier