La vida que acabó con su vida.

El día no había comenzado bien, pero cuántas cosas que no empiezan bien, después acaban resolviéndose. Este no sería uno de esos días.

Algunos años atrás, en 1929 Virginia Woolf había inspirado al movimiento feminista con su famosa frase: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”. Muchos la recordarían  al principio por ello, pero también lo harían por sus libros; rotundos, melodiosos e inspiradores.

Aunque fue reconocida como una de las más brillantes autoras en idioma inglés de las últimas décadas, lamentablemente sus obras no cobraron auge hasta principios de los años setenta.

Para Woolf, sin embargo, escribir no era una simple profesión, sino una necesidad. Una pasión que heredaría de su padre, el novelista, ensayista y  biógrafo Leslie Stephen. Un hombre déspota, narcisista y en ocasiones cruel con su esposa y los niños.

Los libros de Virginia Woolf están impregnados de todas esas primeras vivencias. Fiel reflejo de su convulsa existencia, la escritora se había implicado tanto en sus personajes, que todos ellos reflejaban las características más intimas de su creadora.

Woolf encontraba en la escritura el refugio que siempre necesitó para evadirse de la realidad. Una tortuosa infancia de abusos sexuales por parte de sus hermanastros, la muerte de su madre, también la de su media hermana Stella, con la que siempre se había sentido muy unida, y una percepción y sensibilidad hacia la vida, no entendida entonces y elogiada mucho tiempo después, muy tarde, a título póstumo.

Luego llegaron los episodios de depresión. Hoy se sabe que la depresión es una enfermedad con una evolución patológica previsible, pero entonces se trataba como una dolencia mental y los neófitos en medicina lo vinculaban con algo parecido a la demencia. Ser mujer y tener depresión en los años veinte era peor que padecer la peste bubónica y si a ello unimos que no era una persona convencional anclada a las tradiciones familiares a las que parecía destinarse la vida de una típica ama de casa, obtenemos como resultado a una figura solitaria, dual y en permanente conflicto consigo misma y el entorno que le rodeaba. A pesar de ello tuvo algunos amigos, escritores como ella: Marcel Proust, o James Joyce, entre otros y formó parte del denominado grupo Bloomsbury, un círculo de intelectuales algo ecléticos y libre pensadores que se reunían en el 46 de Gordon Square en el conocido barrio londinense Bloomsbury. En 1912 se casó con uno de ellos, el escritor Leonard Woolf, de quien tomó su apellido, tenía entonces 30 años y juntos fundaron poco después la célebre editorial Hogarth Press.

Con el tiempo, Leonard y Virginia descubrieron que a pesar de tener algunos intereses en común -la mayoría de ellos intelectuales- en realidad no podían ser personas más dispares. Aunque en cierto modo se soportaban, la llama de la vela se había disipado.

Para entonces, el matrimonio se había distanciado lo suficiente como para convivir en un orden razonable, pero insípido y tolerante. Fue en esta época de su vida, a finales de 1920, cuando Virginia conoció a la poetisa, novelista y diseñadora de jardines, la inglesa y honorable señora Nicolson (Vita Sackville-West), a quien precedía una dudosa reputación de escarceos amorosos lésbicos y otros “pequeños” escándalos de alcoba.

Virginia mantuvo diversos encuentros íntimos con Vita, a quien le dedicó la obra “Orlando: A Biography”, (1928) considerada hasta el momento, como “la mas larga y encantadora carta de amor de literatura inglesa”.

 

PIEDRAS EN LOS BOLSILLOS

El día no había comenzado bien, pero en realidad, nada de lo que iba a suceder a continuación tenía que ver  con ese día, sino con todos los anteriores, cientos de días grises de recuerdos abandonados, tazas rotas y asfixiantes silencios.

Virginia ya había escrito sus cartas de despedida, al mediodía pasó por delante de la iglesia, de camino al río Ouse, un granjero le vio a lo lejos, decidida, cabizbaja. Era el 28 de marzo de 1941, Virginia se sumergió en el río después de llenarse los bolsillos de piedras. Su cuerpo fue encontrado tres semanas después, arrastrado por la marea, cerca del puente Southease.

El Sunday Times de Londres publicó una nota de Leonard, el marido de Virginia, con fragmentos de sus cartas de despedida: …”fue una mujer valiente, divertida y feliz, que vivió una vida larga y plena…, sobrevivió a la muerte de muchos de sus amigos y parientes y consiguió, a pesar de sus esfuerzos por luchar contra su enfermedad, realizarse en la carrera que ella quiso”

Recientemente se han conmemorado los 136 años del nacimiento de Virginia Woolf y prácticamente todos los periódicos se hicieron eco de ello.

 

¿Qué conduce a una persona “valiente, divertida y feliz…, realizada profesionalmente” hasta el suicidio?.

 “Según algunos estudios, por cada persona que se suicida hay 200 que lo intentan y 400 que lo han pensado.”

Las cifras de suicidios entre los más jóvenes supera todas las previsiones inimaginables. Los problemas familiares, la precariedad económica, el odioso bullyng, el fracaso escolar, los primeros desengaños…, todo ello conforma el tejido de una sociedad donde los adolescentes parecen asumir una gran derrota.

Se dice que el suicidio es “una solución permanente a un problema temporal”. Aunque nos cueste creerlo, las situaciones angustiosas —hasta las que parecen insalvables— pueden ser temporales o mejorar inesperadamente.

Virginia Woolf fue víctima de un entorno viciado y tóxico que se remontaba hasta su infancia. Heridas profundas que nunca sanaron y que ni siquiera el refugio de la literatura pudo mitigar.