Escola La Seda. El Prat de Llobregat. Noviembre de1983.

Los comienzos siempre dan miedo. Es una parte difícil de nuestra vida que puede convertirse en el fulgor de una intensa luz o en una completa oscuridad que no te permita ver el camino.

Normalmente no pensamos en ello y sencillamente seguimos con nuestras rutinas, pero cada vez que comenzamos algo, la línea de la realidad y del tiempo crean una especie de irregularidad a la que llamamos recuerdo. Da igual si terminamos o no lo que empezamos, la línea temporal ya tiene una marca, una especie de alfiler rojo sobre un mapa, una herida en el tejido de nuestra memoria. Voces, imágenes, lugares, olores, todo eso ha sido marcado en el mapa de nuestras historia. Recuerdos que regresan una y otra vez sin ni siquiera haberlos evocado, no se les llama por teléfono ya que obran a su antojo y navegan en el espacio de nuestro subconsciente en una especie de Halcón Milenario sin rumbo ni propósito. De esta indescriptible clase de sensaciones, los malos recuerdos son los que siempre encuentran su pista de aterrizaje, aunque hoy no voy a hablar de ellos…

Terminé Educación General Básica en el año 1978 —Dios mío cuánto tiempo ha pasado— y al salir del colegio comprendí que solo era capaz de entender la vida a través de las palabras y nunca de los números. Quizá por ese motivo jamás conseguí destacar en matemáticas. Cuando dos trenes salían a diferente velocidad y recorrido hasta la misma estación, me resultaba imposible calcular cuál de los dos llegaría primero, porque mi mente sólo podía pensar en el viaje que realizarían, en la historia y vida de los pasajeros, en el origen y el oficio del maquinista, en las ciudades, pueblos y paisajes que se verían por la ventanilla, en las personas que aguardaban en la estación…, y por lo tanto mi regla de tres, siempre era errónea.

Hubo un profesor, el Sr. Quílez quien despertó en mí el amor por los libros, por el lenguaje y el valor de las palabras, no se conformó en hacernos salir a la pizarra para escribir las formas verbales, o para encontrar el sujeto, el adverbio o el predicado, se tomó el tiempo que fue necesario para ayudarnos a entender por qué lo eran. Esto fue algo mucho más revelador que simplemente aceptar de manera dogmática el número E o el valor de Pi en matemáticas.

Muy pronto descubrí las bibliotecas y los mercadillos de libros de segunda mano y poco a poco la estantería de mi habitación fue nutriéndose de pequeñas obras en formato de bolsillo. Salí del colegio ebrio de relatos de aventuras y adquirí nuevos amigos que me acompañarían siempre: Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Jonathan Swift, Enid Blyton, Astrid Lindgren, Alejandro Dumas, Sir Arthur Conan Doyle, Richard Matheson y los cómics del Capitán Trueno, El Jabato o los entrañables personajes de Georges Remi «Hergé«. 

 

 

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Mi padre decía que tenía «demasiados pájaros en la cabeza» y aunque nunca pretendí dedicarme a la ornitología, lo cierto es que toda esa fantasía aleteaba constantemente sobre mi mente.

UN GRAN DESCUBRIMIENTO

Después llegaron las doradas películas de los años ochenta con directores como Steven Spielberg o George Lucas y digamos que todo se había descontrolado en mi imaginario de adolescente. A mediados de esa época encontré un paraíso donde alimentar mi voraz apetito por nuevas aventuras: los Viejos Encantes en Plaza de Las Glorias de Barcelona, un fantástico lugar donde buscar antiguos libros, cómics y toda clase de sugerentes objetos vintage: máquinas de escribir, de fotografiar, de proyectar y filmar en súper 8, objetos de escritorio y artículos insólitos por su uso y procedencia. Debajo de un montón de libros apilados en desorden descubrí una verdadera joya, seis tomos de la revista LIFE en español, de los años 1956 a 1958, me costaron doscientas pesetas, un euro con veinte céntimos de ahora, y me los quedé todos. Eran libros grandes y muy pesados, y si alguien dijo alguna vez que el saber no ocupaba lugar, se equivocaba, porque aquellos tomos no cabían en ninguna de mis estanterías.

Recuerdo que pasaba horas mirando aquellas increíbles fotografías sobre J.F Kennedy, Marilyn Monroe, Julie Andrews, Fred y Ginger, jugadores americanos de béisbol, cuadros de Norman Rockwell, la construcción del Rockefeller Center, monográficos sobre viajes espaciales…, anuncios de artículos domésticos de los años cincuenta, azafatas de la Pan American bebiendo CocaCola…, era fascinante. El lema de la revista LIFE había dejado una profunda huella en mi memoria: «Ver mundo, afrontar peligros, traspasar muros, acercarse a los demás, encontrarse y sentir». 

Entre sus páginas descubrí un artículo con fecha de 3 de noviembre de 1958 sobre el descubrimiento de Tikal, en Guatemala, el jefe de expedición era el arqueólogo y erudito en cultura Maya Edwin M. Shook. Las fotografías, el lenguaje y fraseología de aquel texto me cautivaron, cerré aquel tomo y sin pretenderlo, escribí unas frases en un papel. Algo sobre unos yacimientos, el viaje y la experiencia de un arqueólogo imaginario que se parecía a aquel personaje de la revista, había descubierto la inspiración. Por aquel entonces aún no disponía de teléfono móvil, ni equipo informático y por supuesto todavía no sabía lo que era internet. De manera que aquellas frases en un principio desordenadas e inconexas fueron cobrando forma y aumentando cada día en nuevas páginas. Dentro de mí se había despertado un inesperado anhelo por continuar escribiendo, por avanzar la historia que fue adquiriendo voluntad propia de relato hasta convertirse en «Mandarinas de Papel» diez años de trabajo e investigación vertidos en un libro de casi setecientas páginas.

A finales de los ochenta compré una Olivetti ET eléctrica que disponía de una pequeña pantallita de vista previa de la línea que estaba escribiendo para realizar correcciones antes de terminarla, la pagué en una docena de plazos. Con esta veloz herramienta comencé a transcribir todas mis notas.

En 1994 conocí al director de la empresa donde trabajaba, era una persona muy vinculada al mundo del arte y la cultura, tenía una enorme biblioteca privada en el Castillo de Peralada con volúmenes y ediciones muy valiosas. Cuando supo que uno de sus empleados estaba escribiendo un libro me ofreció prestados un equipo informático con un Windows NT de la época, fue un gran avance hasta que un año después pudiera adquirir mi propio ordenador y poco después un sistema OCR que escaneaba una página escrita a máquina y la convertía en un texto de Word. Ahora tenía los mejores recursos, pero no sabía cómo continuar, cómo estructurar la historia y entonces sucedió algo, comencé a verla en mi mente como un gran storyboard. Ya no me detenía en las palabras, ahora solo escribía lo que ya había visto en mi imaginación y como una de mis entrañables películas, la historia fue tomando forma, creciendo conmigo en mi mundo real. En poco tiempo ya había escrito más de 500 páginas en tamaño de folio (Din A4), un verdadero problema, ya que la página de un libro mide aproximadamente la mitad de un folio, por lo que mi libro tenía ahora más de 1000 páginas. Lo mío nunca fueron las matemáticas y ahora tenía que reducir el borrador hasta casi la mitad. Un recorte de vértigo si no quería que mi libro quedara clasificado como un “tocho” que no interesara a nadie. Después otros autores más mediáticos publicaros extensas obras de más de 1000 páginas.

EL TÍTULO DEL LIBRO

La técnica de elaborar figuras de papel mezclado con agua y cola blanca hasta formar una pasta o usando un molde procede de Persia y Asia y se remonta a muchos siglos atrás, sin embargo ha quedado acuñada la voz francesa de Papel Maché o papel masticado como concepto más popular. En México hace más de doscientos años  se elaboran unas muñecas de papel maché llamadas “Lupitas”, un apelativo cariñoso en memoria de la virgen de Guadalupe y que forman una parte muy vinculada al imaginario popular.

Por otro lado, la celebración del día de Los Muertos que tiene lugar cada principio de noviembre, encuentra sus raíces en las culturas indígenas más ancestrales, quizá por la antigua superstición de que algo sobrevive a la muerte o simplemente para burlarse de ella. Durante la celebración se confecciona toda clase de alegorías sobre los muertos en figuras de papel maché. Una tarde vi a unos niños con unos trabajos de colegio en papel maché, y uniendo todas las piezas y pensando en aquellas antiguas costumbres tan profundamente arraigadas en la cultura de México surgió el título del libro y que a su vez queda explicado en el interior de sus páginas.

 

TRABAJO DE CAMPO

Escribir un libro sin la ayuda de un equipo informático ni de internet te pone en contacto con personas que de otro modo nunca habría conocido. Tuve que entrevistarme con ellas personalmente: historiadores, arqueólogos, pilotos de Aeroméxico, bancos de imágenes públicas y privadas, hemerotecas y archivos en papel…, todo ello anotado, cotejado a mano.

Cuando por fin tenía prácticamente terminado mi manuscrito, una versión más reducida, se presentó un nuevo dilema, ¿cómo publicarlo? ¿Debía presentarlo en algún concurso? La autoedición costaba mucho dinero y luego era necesario un trabajo de difusión y representación para el que no estaba legitimado.

Las editoriales que visité preferían apostar por escritores conocidos, los que aparecían en los paneles luminosos del metro o en la portada de las grandes plataformas online de venta de libros. En aquel tiempo comenzaron a publicarse noticias en los periódicos sobre el descenso de la venta de películas, música y libros en papel dando paso al tsunami de las descargas digitales. Por otro lado, cada año se quedaban más de 70.000 títulos sin publicar y la piratería informática sin control había hecho una práctica usual el intercambio de archivos de todo tipo sin respeto a los derechos de autor ni a la propiedad intelectual. Parecía que mi sueño como escritor agonizaba antes de empezar. A pesar de ello cree un blog, que después se convertiría en esta página web [mandarinasdepapel.com], predecesora de la actual julianswritings.com y que fuera a su vez un crowdfunding de venta. Es decir, los primeros interesados podían comprar y reservar su libro antes de que estuviera terminado. Mediante este método de compra anticipada se vendieron cincuenta ejemplares. En ese tiempo, y de una manera prácticamente fortuita a través de unos vendedores de café me puse en contacto con una editorial de Barcelona dispuesta a leer mi borrador. La editora procedía del mundo de la arqueología y enseguida se vio identificada con el personaje y los lugares descritos en la novela. ¡Cual fue mi sorpresa cuando me comunicaron que estaban dispuestos a publicar mi libro! La primera edición de “Mandarinas de Papel” [Ediciones DêDALO. ISBN: 978-84-941138-4-0.  Abril de 2013].

Ya han pasado más de una década y desde entonces he continuado escribiendo. Algunos  lectores me confesaron que a pesar de su extensión, la novela se les hizo corta y que si no había pensado en escribir una segunda parte. No descarto esa posibilidad, pero mientras tanto continuaré encajando en la descripción de mi padre sobre mi infancia y aquello de los pájaros en la cabeza o mi personal agradecimiento a aquel profesor de primaría que me enseñó a cuidar el lenguaje y mimar las palabras.

Ahora que ya he publicado mi cuarto libro, doy una mirada retrospectiva a mi pasado y me siento agradecido por el lema de la revista LIFE sobre “afrontar peligros y traspasar muros”, he vivido momentos muy complejos que estaban a punto de hacer zozobrar mis sueños, pero si algo me ha enseñado la vida es que los sueños, la amistad y el cariño son lo más importante.

*PD

Ya me reconcilié con las matemáticas y la trigonometría.