Emily y Tsispi
Manuel Julián
© Emily y Tsispi, 2012
1ª edición
Impreso por Art Bonaire. Sitges
Impreso en España / Printed in Spain
Sinopsis
Emily es una niña de doce años que se siente incomprendida por sus compañeros de clase, por los profesores e incluso por sus padres.
Durante una noche de tormenta, un impetuoso remolino de lluvia y viento arrastra un extraño huevecillo hasta la repisa de su ventana.
La niña decide cuidar el huevecillo hasta que eclosiona y de su interior surge una pequeña avecilla.
Pocas semanas después, Emily descubrirá una nueva sorpresa, el pajarito entiende todo lo que le dice, y puede mantener conversaciones con ella. La vida de la niña tiene ahora un nuevo sentido, un pequeño secreto que le hace muy feliz, pero pronto, el pajarillo sentirá la necesidad de conocer a sus verdadera familia y para ello decide emigrar hasta Sudáfrica.
“Eres como una sinfonía secreta,
que fue creada solo para mí”.
Secret Synphony
…”a veces cuando estoy soñando, y yo sueño mucho en estos días, me encuentro con alguien que entiende”
Sometimes when I´m dreaming
“…he encontrado el pajarito que entona su canción…”
The one I love is Gone
Katie Melua
Capítulo 1
La tormenta trajo una sorpresa
Durante toda la mañana, Emily había tenido una intensa y agotadora actividad en el colegio, un montón de ejercicios y lecciones que parecían no terminarse nunca. Pero ella era tozuda como su madre y cuando algo no salía bien a la primera, lo repetía una y otra vez hasta conseguirlo. Quizá tardaría más, o se cansaría antes, pero nunca se rendía y el ejercicio quedaba finalmente resuelto.
En el recreo no había podido evitar la discusión con Patty, una de sus mejores amigas, probablemente por alguna de esas cosas que los adultos consideran intrascendentes. Para ella no lo era. Discutir en el patio no se parecía a la guerra de Vietnam, pero en su reducido mundo de libretas, gominolas y colorines aquella discusión era un conflicto al estilo de una hecatombe o un cataclismo en el que el cielo yla Tierrase fundían en un mar de llantos. A Emily le costaba mucho esfuerzo contener las lágrimas y lo cierto es que se sentía mucho mejor si no lo hacía, llorar tenía un efecto restaurador, porque después de toda esa efusividad de sentimientos, de la misma manera en que un luminoso cielo azul regresa después de la tempestad, siempre, en la vida de Emily regresaba la calma.
Todo el lío había sido a consecuencia de su camiseta. Mientras los otros niños tenían gustos musicales que se aproximaban al techno dance o el House, Emily, a sus doce años, todavía escuchaba a los Beatles. Su camiseta con la imagen del cuarteto extraída del álbum Sergeant Peppers era muy evidente y delataba sus incomprendidos gustos musicales. Y por si fuera poco, Aleix, el chico más guapo de la clase había dejado de mostrarse interesado por ella y ahora lo hacía por Patty, su íntima, su mejor amiga desde la infancia, incluso María y Cristi se habían burlado de su enfado.
El día había empezado mal y a estas horas ya era un desastre, malas notas en álgebra, Aleix y sus burlas, la camiseta y el terrible enfado del profesor Miquel por no prestar atención en clase.
Dicen que el tiempo todo lo cura, pero cuando alguien tiene doce años parece que el tiempo se derrite obstinado en horas y minutos que no caminan, que casi se detienen mientras el resto del mundo crece y avanza mucho más deprisa.
Esa tarde, en cambio, había una actividad mucho más agradable, algo especial, sus clases de Hip-Hop. Hoy ensayarían la nueva coreografía que sería una mezcla del “Stan” de Eminem y el “Fight the power” de Public Enemy. Lo cierto es que a Emily le encantaba bailar y mientras lo hacía, sus problemas se desvanecían; con cada paso en la pista, las cosas parecían cobrar sentido y encajar, era como un chispeante momento mágico, como la destellante bengala sobre su helado favorito. La señorita Imma, la profesora de danza moderna le había felicitado de nuevo por ser tan flexible y expresiva. En realidad Emily parecía la increíble elastic woman.
Ser hija única tenía sus ventajas; una habitación para ella sola, sus propios juguetes que solo tocaba ella, un microcosmos en el que no carecía de nada y aunque a veces podía parecer algo egoísta, lo cierto es que quería mucho a sus padres y muy especialmente a su primita Natalia de solo dos añitos y que era una ricura. Mientras la tenía en sus brazos, todo lo sucedido por la mañana con relación a su camiseta ya casi estaba olvidado, aunque lo de Aleix tardaría un poco más.
Durante el transcurso de la cena, sus padres le preguntaron cómo había ido el colegio, Emily dejó de masticar los palitos de merluza y algo turbada por la pregunta simplemente respondió que bien. No era que no confiara en sus padres, era que se sentía incómoda con la pregunta, le daba vergüenza ser sincera. Su madre sabía que le gustaba un chico de clase, pero no tenía ni idea de quién podría ser. ¿Cómo explicarles lo de Aleix, lo de la camiseta, la nefasta reacción de Patty, su mejor amiga?…, Emily sonrió y dio otro bocado.
Después de los deberes de mates (matemáticas), Emily se sentó en el sofá con sus padres para ver “El club de la comedia”, un programa de chistes disparatados y monólogos desternillantes. En ese momento en el que tanto reían y de una manera inesperada, la sonrisa burlona de Aleix cruzó por la mente de Emily. Con el brazo sobre el hombro de su mejor amiga, Aleix se despedía agitando los dedos, después beso la palma de su mano y a continuación sopló sobre ella como si el beso pudiera llegar revoloteando a la cosquilleante mejilla de Emily. Los padres de Emily se miraron, era evidente que la niña ya no reía, su risa, que siempre había sido tan contagiosa, se hallaba lejos de allí, su mente estaba en otro lugar.
El servicio meteorológico había anunciado lluvias dispersas acompañadas de vientos durante toda la noche. Emily ya se había puesto su confortable pijama y lavado los dientes antes de acudir a su habitación, besó a sus inquietos padres calmándolos con la mejor de sus sonrisas y recogió un poco
su escritorio antes de irse a dormir, su madre le insistía cada día para que ordenara su cuarto, pero Emily pensaba que si lo ordenaba, después no sería capaz de encontrar sus cosas. -Es un desorden ordenado-, le había respondido en más de una ocasión.
Cuando Emily por fin se encontraba sola en su habitación, dejó deslizar su espalda por la puerta hasta sentarse en el frio suelo y entonces sus vivos ojos enrojecieron por todas las lágrimas que habían acudido sin avisar.
Poco antes de la medianoche, se cumplían los pronósticos meteorológicos; el viento aumentó su fuerza, la lluvia golpeteaba sobre los cristales de las ventanas como si alguien lanzara arena. Emily dormía profundamente.
En sus sueños paseaba en bicicleta muy cerca de SaTuna, una cala al sur de Aiguafreda, a sus padres les gustaba mucho visitarla Costa Brava.Emily pedaleaba alegremente cuando de repente, un camión se detuvo en medio de la calle, el repartidor de refrescos que al bajar del camión, resultó ser el profesor Miquel, estaba señalándole con el dedo mientras se reía de ella, al momento un autocar frenó en seco para evitar atropellarla. Emily estaba asustada, toda su clase estaba bajando del autocar y se reían de ella, en su conjunto, todo aquello era absurdo, el chofer era el profesor Albert, después se añadieron otros alumnos que afluían por diferentes calles. Todos los habitantes del pueblo eran profesores o alumnos de su propio colegio. Las burlas y las risas se sucedían alrededor de ella provocándole sudores y mareos. Finalmente tropezando con su propia bicicleta cayó al muelle.
Mientras Emily se debatía entre las aguas, en lo más profundo de su pesadilla, la tormenta se hacía cada vez más densa en la calle. Algunas hojas de los árboles revoloteaban torpes y confusas hasta precipitarse sobre los charcos, los rayos centelleaban arrojando su descarga de luz sobre los tejados, los arbustos se inclinaban estirando sus ramas como si fueran a dar un gran salto y de repente la ventana de la habitación de Emily se abrió de par en par. Una impetuosa bocanada de aire frio y lluvia irrumpió bruscamente en su cuarto elevando todos los papeles que había encima del escritorio en un torbellino de muñecas que caían de las estanterías, lápices que rodaban y cortinas mojadas. Emily bajó de su cama en dirección a la ventana y entonces pisó algo con su pie descalzo que ahora le obligaba a saltar a la pata coja. Las cortinas parecía que estaban vivas, que se habían vuelto medio locas y mientras el agua mojaba su pijama, Emily lo vio, estaba allí mismo, en la repisa de la ventana, era como una bolita azulada, casi blanca y la guardó en su bolsillo antes de poder cerrar de nuevo las ventanas.
“¡Madre mía, cómo había quedado la habitación!, si sus padres pensaban que era desordenada, que esperaran a ver esto”.
La niña se secó el agua de la cara con el antebrazo de su pijama, se puso la bata y se dirigió hacia el escritorio. Encendió la lámpara y despejó la mesa, después buscó en el bolsillo hasta encontrarlo.
Emily se frotó los ojos para verlo con más claridad, quería estar segura…, y efectivamente, se trataba de un huevecito azulado con algunas motitas oscuras. Estaba muy mojado y lo frotó cuidadosamente con un pañuelo. ¿Qué podría ser?, era demasiado pequeño para parecerse al huevo de un gallina, además las gallinas no volaban tan alto. -Pero qué estoy diciendo-, pensó, “¿Qué iba a hacer una gallina paseando por ahí tan campante en una noche como esta?”.
Emily decidió que mientras averiguaba más cosas sobre el huevecillo, lo que debía hacer con más urgencia era cuidarlo. Buscó una caja de zapatos y la vació, luego caminó sigilosamente y de puntillas hasta el lavabo y rellenó la caja con todo el algodón que pudo encontrar en el botiquín de primeros auxilios, volvió a su habitación y colocó el huevecillo en la caja bien arropado entre calcetines de lana y algodones. Se lo quedó mirando embelesada y luego recordó algo que había visto en un documental del National Geographic, hizo un sito en el armario y colocó allí la caja, después con el cable auxiliar de la Wii conectó la lámpara y cerró con cuidad la puerta. El calor de la bombilla y los algodones ayudarían a que la caja se mantuviera a una temperatura confortable. Pero observando el estado en el que se encontraba su habitación, Emily comprendió que aún quedaba algo por hacer, así es que ordenó su cuarto como nunca lo había hecho antes. Por un momento pensó en su madre y en el mucho trabajo que representaba para ella ordenar cada día todas sus cosas, pero esta vez el desorden era mucho peor y comprendió que si al día siguiente su madre veía el estado en que se encontraba la habitación terminaría descubriendo su secreto.
Esa noche, Emily apenas durmió cinco horas, su habitación estaba escrupulosamente ordenada y una luz oculta en su armario calentaba el pequeño huevecito que desde ese momento estaría bajo su cuidado.
Escritor de novelas. Redactor de contenidos para revistas culturales, blogs y páginas webs. Corrección ortotipográfica y de estilo. Writer freelance.