A la mayoría no le gusta leer. Según los últimos datos del CIS, un 42,3% de los ciudadanos no tienen un hábito ni una tendencia natural hacia la lectura. Como recientemente se publicó en La Vanguardia: «Los sondeos sobre lectura siguen arrojando índices desoladores” ¿Por qué se prefiere ocupar el tiempo libre en otras actividades menos recomendables? Algunos han reconocido que incluso pueden definirse como actividades mediocres.
Entendemos como mediocres aquellas ocupaciones que no nos aportan nada en sentido cultural, espiritual o de crecimiento personal. Encabezan la lista los programas basura, reality show, muchos videojuegos de dudoso contenido, música degradante y largas horas chateando desde las redes sociales, compartiendo información personal con auténticos desconocidos.

LA VIDA DE OTROS
Saber cuál es el estilo de vida de otras personas, sus íntimos detalles y los motivos por los que quizá han dejado de ser felices ejerce una profunda fascinación entre sus adeptos. Esta es la misma atracción que las grandes multinacionales aprovechan para vender sus productos.
Desde un enfoque basado en un concepto de antropología social, se podría decir que las rutinas, el tedio, y sentirnos atrapados en vidas que no son perfectas nos empuja a fantasear con paisajes y relaciones idílicas que la televisión ya nos los ha dado en imágenes.

ENTRETENIMIENTO DEGRADANTE
Este tipo de entretenimiento, ¿podría tener algún efecto en nosotros?
Podríamos decir que ese efecto ya se ha notado y que se encuentra presente en nuestras conversaciones, los diálogos de las series de moda, nuestros mensajes y la llamada prensa del corazón, todo ello de una fatuidad superficial que ha logrado embrutecer nuestros sentidos con toda clase de residuos y remanentes seudoculturales auspiciados por personas que a sí mismas se llaman periodistas y que lamentablemente solo promueven la vulgaridad y el chavacanismo perfumado de famoseo.

LOS BENEFICIOS DE LA LECTURA
Ya no se trata de conjeturas ni especulaciones, el gimnasio de nuestra mente son los libros.
El neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France afirma en su libro Las neuronas de lectura (Odile Jacob).

“La actividad de leer, que el cerebro lleva a cabo con tanta naturalidad, tiene repercusiones en el desarrollo intelectual. La capacidad lectora modifica el cerebro”.
“Hay que leer con intensidad, despacio, con cuidado, viviendo la vida de las palabras”, dice el ex ministro Ángel Gabilondo, catedrático de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del reciente ensayo Darse a la lectura (RBA). Al cobrar vida cada palabra, la imaginación echa a volar. El poder de la mente es tan fuerte que recrea lo imaginado, activando las mismas áreas cerebrales que se accionarían si se ejecutara la acción en la realidad. Lo demuestra un estudio de la Universidad de Washington a cargo de la psicóloga Nicole K. Speer. En un artículo publicado en la revista ciencia psicológica en el 2009, Speer dice: “Los lectores simulan mentalmente cada nueva situación que se encuentran en una narración. Los detalles de las acciones registrados en el texto se integran en el conocimiento personal de las experiencias pasadas”.

 

¿Por qué es tan saludable? “La lectura es el único instrumento que tiene el cerebro para progresar, [considera Emili Teixidor, el escritor catalán, autor La lectura y la vida (Columna) y de la exitosa novela que inspiró la película Pan Negro.], nos da el alimento que hace vivir al cerebro”.
Citando el célebre discurso de Federico García Lorca “Medio pan y un libro”:

“¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, Love», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras».

Cuando el insigne escritor ruso Fiódor Dostoyevski, padre de la revolución rusa como lo fue Lenin, estaba prisionero en Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego, tenía sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida”

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