Capítulo 1

1

Lo que hubo entre nuestras plantas

“La canicie es una corona de hermosura cuando se halla en el camino de la justicia”

Proverbio de Salomón

                                                                           Se conocieron una tarde de primavera mientras la abuela hacía limpieza en el patio. Era una planta baja rodeada por otras casas muy similares construidas en la misma época, también de dos pisos y un pequeño patio pintado de azul que parecía un jardín. El sol irrumpía muy temprano inundando serenamente con su luz las macetas de barro y la mesa de piedra que presidía el centro del patio azul.

 Nunca habían reparado antes el uno en el otro, el ficus y la petunia aun no se habían conocido, no habían tenido la oportunidad. Él estaba junto a la puerta y ella en el otro lado, rodeada por Clivias, Hortensias y Aspidistras.

Aquella tarde todo cambió de sitio y sus macetas se rozaron, no hubo intención, simplemente pasó, pero la abuela se retiró para atender una llamada de teléfono y después ya no recordó por dónde debía continuar. El Ficus yla Petuniapermanecieron juntos mucho tiempo, tuvieron largas conversaciones y comenzaron a conocerse. En la nevada del 62, él la protegió con sus ramas y evitó que se congelara, fue un invierno inolvidable que todavía recordarían, entre ellos surgió algo más profundo que la amistad. Se sentían tan a gusto el uno al lado del otro que no se movieron de su sitio en aquel trozo de patio en la zona antigua de la ciudad.

Un domingo escucharon voces, la abuela estaba muy animada con la visita de sus hijos y nietos. El pequeño Pau quería ser futbolista y María bailarina de ballet. En una entrada comprometida, muy cerca de la portería construida con dos escobas, Pau chutó muy fuerte, como acostumbraba a hacer en su colegio y la pelota rompió la maceta dela Petunia. Eljuego se detuvo y abandonaron el patio con disimulo. No dijeron nada ni nadie advirtió lo sucedido; cuando todos se fueron, la abuela muy cansada recogió los platos y se fue a dormir.

El Ficus estaba desolado, por mucho que alargara sus ramas, no podía sostenerla, no podía aunque lo intentó toda la noche.

 A la mañana siguiente ya era lunes, día de mercado. Aunque la abuela no acostumbra a madrugar, hoy debía levantarse más temprano para recoger su encargo de verduras y pescado. Al mediodía y después de limpiar el Lenguado, se asomó al patio, que ahora se le antojaba triste sin las joviales risas de sus nietos. Todo estaba en calma, todo en su sitio excepto una de sus macetas.

La bolsa de basura está llena de hojas de lechuga, peladuras de patata y restos de pescado, pero todavía hay sitio para una Petunia agonizante.

Una semana después sus hijos le llaman de nuevo, conversan sobre cuestiones intranscendentes, pero uno de ellos nota algo en la voz de la anciana, ella accede ha explicarlo. Todavía no sabe como ni porqué pero la mejor planta de su patio, el Ficus se ha enfermado y se muere. No reaccionó al agua ni a los abonos ni a ningún otro cuidado, su aspecto transmitía una profunda tristeza.

Su hijo mayor le promete que el próximo domingo le traerá un nuevo Ficus, uno joven y robusto, más saludable, no tiene de qué preocuparse…, seguramente que también le agradará ver a Pau vestido con el uniforme de su equipo de fútbol preferido, el niño está deseando enseñárselo. Mientras tanto, todas las plantas del patio han tomado una decisión, primero fueron las Clivias y las Hortensias, luego les siguieron las demás; esa tarde de primavera, todas ellas se secaron renunciando a sus hojas. Remolinos de aire las doblegaron hasta partir sus tallos quebradizos, todo ofrece el aspecto de una cripta marchita y oscura. Esa tarde el sol se llena de nubarrones y la abuela le pide a su hijo que en lugar de la planta le compre unas zapatillas.

 Pau creció y perdió su interés por el fútbol; la abuela se hacía mayor y temía llegar al final de sus días sin saber lo que les había ocurrido a sus queridas plantas. Un buen día de otoño, el viento empujó a dos semillas voladoras, no se conocían ni habían coincidido antes, pero ambas cayeron en el patio y germinaron junto a macetas vacías y regaderas oxidadas.

 El nuevo Ficus y la nueva Petunia fueron la respuesta. Esa misma tarde un vehículo se detuvo delante de la casa, era la furgoneta de un invernadero con nombre de flor. De nuevo el patio se llenó de vida, colores y fragancias, parecía que todo revivía. La anciana se sentó a contemplarlo desde su mecedora y no pudo evitar pensar en muchas cosas que había visto desde 1901, las dos grandes guerras, epidemias y hambre, transiciones políticas, un hombre caminando por la Luna, crisis económicas; notó cierto cansancio en su mirada una repentina laxitud en sus envejecidos brazos.

Había algo sobre el respeto a las personas mayores que sus padres siempre le habían inculcado, era como un código ético, una frase que ella misma había enseñado a otros: “La canicie es una corona de hermosura cuando se halla en el camino de la justicia”  

Durante la fría noche del último invierno, aquella frase eclosionaba en la mente de sus hijos con nuevo significado.

99 años en la vida de una anciana es mucho tiempo, nunca les pidió nada a sus hijos, pero esta vez, rodeada de sus nietos y biznietos les rogó algo durante el postre, una sola cosa…, que ninguno de los pequeños volviera a jugar en su patio a la pelota y que cuando ella no estuviese, jamás dejaran de cuidar a su ficus y a su petunia, sobre todo a ellos, porque fueron ellos los que le enseñaron el significado de la esperanza.