Podría ser peor…, podría llover”
El jovencito Frankestein
Sus padres, que eran creyentes, le pusieron por nombre Lucas pensando en que un día sería médico, pero no contaban con que para el joven, la visión de una sola gota de sangre podría provocarle tal desvanecimiento que parecía que nunca recuperaría el conocimiento.
Desde su casa al trabajo tardaba casi dos horas, dos de ida y dos de vuelta, si tuviera que ir a París emplearía el mismo tiempo que tardaba en volver a su casa, o si distribuyera todo ese tiempo en días de veinticuatro horas, dispondría cada año de más de cuarenta días extras para viajar…, aunque en ese momento cayó en la cuenta de que él nunca viajaba. Mientras esperaba bajo el reloj de la estación, hizo un cálculo mental; cada semana serían veinte horas…, mil cuarenta horas al año…
En la empresa recibió una vez formación sobre la actitud en el trabajo y entonces aprendió el concepto de tiempo no productivo, por lo que para no obsesionarse con todo ese tiempo perdido en trayectos y desplazamientos, leía libros, escuchaba música o rellenaba crucigramas.
Esa mañana el tren llegaba tarde, lo que significaba que después tendría que correr; hoy no podría disponer de sus diez minutos habituales para el café y ojear los titulares, y esto le disgustaba.
En los accesos al metro una anciana y su equipaje ocupaban todo el espacio de la escalerilla mecánica, después la rueda de su maleta se quedó trabada y él decidió ayudarle para no pasar el resto de su vida en ese escalón de la línea cinco. Instantes después comprendió que no tenía que haberlo hecho, porque la maleta se abrió esparciendo toda la lencería de la señora y otros increíbles efectos personales por los suelos.
La empresa donde trabajaba se dedicaba a los transportes y él era el conductor de una de las carretillas elevadoras. Como había llegado tarde, su trabajo también sufría retrasos. Cogió la ropa de su taquilla precipitadamente y subió de un salto a su Bobcat, pero al ver el desgarrón en el uniforme comprendió por segunda vez en la misma mañana que no tenía que haberse precipitado. El desgarrón no era un simple roto en sus pantalones, era más bien un presagio, una sucesión de nefastas sensaciones. Lucas era tan sugestivo que tuvo que apoyar la frente en el volante intentando respirar más despacio mientras introducía la llave en el contacto, pero la carretilla no arrancaba, lo intentó cuatro veces temiendo lo peor hasta que finalmente el primitivo sonido del motor inició su ansiado ronroneo.
Helmut esperaba en el muelle de carga desde hacia más de una hora. Su Long Vehicle podía cargar hasta 20 metros cúbicos y mientras permanecía inmóvil, lo único que hacía era perder dinero. Además debía estar en Stuttgart por la tarde. Estaba de mal humor, pero no era debido solamente a la tardanza, sino también a su falta de descanso y a la llamada de su ex-esposa para pedirle más dinero. Después de la separación, Will, el hijo de ambos se había convertido en la nueva razón de sus discusiones, ahora sabían que en lugar de ir al colegio, el chico pasaba el día vagueando por la bahía de Lübeck. Ella culpaba a Helmut de todo; de sus ausencias, de su poco interés por Will, de sus descuidos al enviar puntualmente los 1.600 euros y de su afición a la cerveza.
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Escritor en Ediciones DéDALO desde 2012. Redactor de contenidos para revistas culturales, blogs y páginas webs. Corrección ortotipográfica y de estilo. Writer freelance. Conferenciante. Autor de libros, relatos breves y cuentos para diferentes edades.