Hay noches cómo esta en que nos abandona el sueño. Quizá porque antes ya lo había hecho la armonía que en otro tiempo disfrutamos, junto o muchos libros, canciones, tazas de café y risas. La juventud era entonces un tesoro que no entendíamos, ni tampoco sabíamos que se iría tan pronto, de una sola vez y sin despedirse.
La noche se espesa hoy como un engrudo de alquitrán que asfixia los buenos recuerdos. Un humo irrespirable de silencios y melancolía.


Reconozco que últimamente duermo menos y a destiempo, y que cuando estoy despierto, descubro que hay cosas, o suceden cosas por las que hubiese preferido estar durmiendo.
Me refiero a ese conjunto de realidades que te hacen despertar en un submundo paralelo o imaginario de sucesos ineludibles, reescritos o eclosionando en medio de nuestras rutinas. Quizá te ocurre como a mí, los periódicos me aburren, están llenos de malas noticias y me distraen de otras cuestiones más importantes de la vida. Cosas como las conversaciones pendientes, los abrazos que no nos dimos o mi compromiso con mi lado coherente, el otro yo más sensato.


Un exceso de mensajes cortos de teléfono nos ha dejado desnutridos de caricias, de minutos sin escuchar a nadie, y de gestos amables. He presenciado situaciones insólitas de personas que han logrado adaptarse o sobrevivir a las decepciones. Son resilentes en un mundo que intenta amoldarte a su filosofía de vida, si es que la hubo, una sobre todo lo que termina sin esperanza de futuro. De eliminar los vestigios de antiguas civilizaciones como la nuestra, para reemplazar las tardes de sofá y palomitas por unas horas más de trabajo de compromiso con las horas por un puñado de migas en un banquete al que no fuimos invitados.


Alguien escribió una vez que la vida es todo lo que pasa mientras nos esforzamos por trazar nuevos rumbos, alcanzar metas y cumplir nuestros sueños. Sin embargo esas pequeñas cosas son las que nos mantienen vivos y crea en nosotros una especie de aliciente que da sentido a todo lo demás, a veces, como hoy son unas caprichosas luciérnagas revoloteando sobre mi techo sin que me permitan conciliar el sueño.