La vida, muchas veces apresurada, con su ajetreo, rutinas descafeinadas y eso que los ingleses nos enseñaron sobre el estrés hace que nos perdamos algunos detalles, creo ahora, con la perspectiva de los años, que son detalles importantes.

Esos momentos que pasan flotando como una brizna de hierba arrastrada por el viento son como los créditos de una película. Cuando llega a su fin todo el mundo abandona la sala y nadie se queda a leer los nombres de todos aquellos que la hicieron posible. Quizá jamás sepamos o nunca recordemos quienes contribuyeron con su fotografía, el guion o el doblaje a que la cinta quedara lista para su proyección. Son nombres que se desvanecen en la bruma del tiempo mientras lanzamos nuestro cucurucho de palomitas vacío a la papelera, mientras la gran pantalla sigue emitiendo imágenes menos vistosas o de menor importancia, con filas de nombres que parecen hormigas sobre un helado derretido. Si alguien no hubiera escrito el argumento, la película no habría existido nunca. O si alguien no hubiera puesto su voz al personaje en nuestro idioma, jamás la habríamos entendido. Por ejemplo, ¿quién hizo el doblaje a James Stewart en “Qué bello es vivir”, ¿quién fue el responsable de la fotografía en “Memorias de África” o ¿Quién escribió “Al este del Edén” para algunos solo fueron créditos al final de la película, unas líneas de textos que emergían desde el borde de la pantalla hasta desaparecer.

Creo que muchas cosas que nos suceden en la vida son como esas líneas de texto que nadie lee al final de la película. Algunos empleados del cine ya han encendido las luces porque su esposa le espera a cenar y por que a nadie le importa de quien era la voz de James Stewart. Pero creo que hoy voy a esperarme hasta que desaparezca la última palabra sobre el fondo oscuro de una pantalla que muchas veces iluminó nuestros mejores recuerdos.