He visto en Netflix el avance de una serie dramática y de intriga titulada: ”El abogado del Lincoln». En un momento de los primeros capítulos, la cámara abre un plano hasta la pared que hay frente a su mesa. En la pared hay un enorme pez disecado, una especie de trucha gigante, (no entiendo mucho de peces), pero a lo que vamos, el texto que hay bajo la trucha dice:
«No estaría aquí si hubiera tenido la boca cerrada”.
Y esto sí, de esto sí que entiendo. De todas las veces en que hablé más de la cuenta o que me precipité en mis conclusiones, o que intervine en una guerra que no era la mía.
Debo admitir que de todas esas ocasiones salí perjudicado y que mis opiniones se desvanecieron tan pronto en el olvido, que parecía que nunca las había pronunciado. Reconozco que es muy reconfortante tener opiniones, pero que cuando estas no son populares, de alguna manera, los que discrepan te hacen sentir como el hombrecillo verde de aquellas antiguas películas de marcianos.
Me pregunto si debería renunciar a expresar mis sentimientos y opiniones o actuar como hasta ahora, haciendo equilibrios sobre una delgada línea de reprobaciones y acabar como la trucha del abogado, disecado en una pared pero con la boca abierta.
Así es que hoy hablaremos de esto: a la hora de escribir una novela ¿debería ser profundamente sincero?
Por eso he titulado este nuevo pódcast “DECIR LO QUE PIENSAS”
Aaí es que abrochémonos los cinturones, que arrancamos…
…/…música…/….
En 1986 Joan Manel Serrat publicó una entrañable canción titulada: «Sinceramente tuyo» y en alguna de sus estrofas encontramos las siguientes reflexiones:
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Y no es prudente ir camuflado eternamente por ahí.
Ni por estar junto a ti, ni para ir a ningún lado.
Los argumentos de Joan Manel Serrat sobre la importancia de ser sinceros, seguramente que funcionan mejor en las relaciones personales, pero a la hora de escribir una novela no son tan recomendables y a continuación veremos algunos motivos.
Cuando escribes, algo de ti se queda en el papel, esto es inevitable. Pero sucede de una forma espontánea, sin premeditación ni ideas preconcebidas. No importa cuál sea el pretexto, en cuanto a los personajes, los diálogos o la narración, todos nosotros nos sentimos profundamente implicados y esto es algo que da mucho miedo, porque tanta sinceridad nos hace sentir vulnerables.
Si tu personaje tiene algún trauma de la infancia, es muy probable que estés hablando de ti mismo. No es fácil desarrollar un argumento con muchos personajes de diferente sexos y edades, cuando tú eres el único que se encuentra delante del teclado. ¿Cómo podemos dividirnos en una docena de versiones de nosotros mismos y al mismo tiempo no equivocarnos en el planteamiento?
Ser demasiado sincero al escribir una novela puede parecer una virtud, pero también conlleva ciertas desventajas, especialmente cuando la sinceridad se acerca a lo autobiográfico o rompe ciertos códigos narrativos. Si estás escribiendo una novela, luego no puedes conducirla como un trabajo autobiográfico que decepcione en el título, el argumento y el desarrollo final.
Con esto no estamos tratando de decir que no seamos honrados y confiables, de esa extraña raza en extinción de personas que procuran o por lo menos lo intentan, decir siempre la verdad. En este audio no hablamos de que mentir sea ventajoso sino que lo que estamos argumentando es que a la hora de escribir una novela, si somos demasiado sinceros y transparentes, esto podría ser peyorativo y perjudicarnos de muchas maneras.






La verdad personal o sobre uno mismo no siempre comunica universalidad. Algunos escritores como Virginia Woolf o Marguerite Duras mantenían que la experiencia más íntima necesita ser transformada estéticamente para que pueda volverse significativa para otros. Si somos “brutalmente” sinceros, podemos hacer que el lector se desconecte de la historia, ya que no habría una elaboración literaria más universal.
Si escribir es una forma de arte, debemos comprender que el arte, en su concepto más extendido requiere forma y nos solo confesión. Escribir una novela no es simplemente contar la verdad sin filtros; implica construir una historia que funcione de forma narrativa. Para algunos autores de fama internacional, la imaginación y la estructura eran tan importantes o quizá más que la sinceridad emocional.
Cuando nuestra aportación personal es excesiva o cuando hablamos de nuestra vida o experiencias de forma directa o incluso indirecta, podríamos quedar demasiado expuestos. Y por otro lado otros podrían sentirse identificados si se reconocen en lo que escribes, porque tú has interactuado con ellos y quizá te han confesado asuntos muy privados o sensibles que no desean que sean divulgados. Esto puede afectar seriamente a tus relaciones personales y deteriorar seriamente la confianza que sentían por ti.
Introducir fragmentos, diálogos o descripciones sobre personas y sucesos de tu ámbito o entorno más directo, podría crear dilemas éticos o morales e incluso conflictos legales. Si además describes hechos o personas que sean fácilmente identificables, o utilizas sus nombres reales en tu historia, podrían acusarte de violar su privacidad o derecho a la intimidad.






La sinceridad extrema puede llevarnos a incluir detalles que no aportan nada a la historia o que resultan incómodos para el lector. No todo lo que es verdad merece ser contado y por lo contrario se podría ver seriamente perjudicado el ritmo o desarrollo narrativo.
Otro motivo por el que no es recomendable ser extremadamente sincero es que el lector puede asumir que lo que el narrador dice es lo que el autor piensa o vive, lo que complica la lectura y puede llevar a malentendidos sobre tus intenciones literarias, creándose una gran confusión entre autor (primera persona) y narrador (primera persona).
A veces, al intentar ser tan sincero o “auténtico” se descuida el trabajo de estilo, estructura o simbolismo. La ficción permite transformar la verdad en arte, y ser demasiado literal puede debilitar ese proceso, por lo que perdemos calidad y construcción literaria.
Llegamos a los dos últimos motivos por los que no deberíamos “abusar” de nuestra sinceridad al escribir un libro: el rechazo editorial y el desgaste de las emociones.
Algunos editores y lectores pueden considerar que la «sinceridad cruda” de nuestras narraciones resulta demasiado incómoda, provocadora o innecesaria para el tipo de historia que pretendemos difundir o dentro del perfil de lo que ellos mismos están buscando. Esto, no cabe duda, puede limitar tus posibilidades de publicación.
Sobre el desgaste emocional; revivir experiencias difíciles de superar o mostrarnos “al desnudo”, sin protección ni precauciones, puede resultar agotador e incluso traumático para el escritor, especialmente si no se establece una distancia emocional adecuada.
Evitar ser demasiado sinceros puede ser importante para conservar la salud mental y cuidar o preservar las relaciones personales. Decir siempre lo que pensamos, sin ambages, puede herir innecesariamente los sentimientos de los demás, lo que a su vez puede provocar diferentes conflictos, resentimientos, rupturas o en el tema que nos ocupa, la falta de interés por la lectura de tu nuevo libro.
Como una vez dijo el Premio Nobel de literatura José Saramago:
“La sinceridad mal administrada es una forma elegante de crueldad”
De manera, y por todo lo que hemos visto hoy, seamos creativos, esforcémonos por ser buenos investigadores en lugar de caer en lo fácil o recurrir a lo que tenemos más cerca, nuestros familiares y amigos. Esforcémonos por construir buenas historias, por hacer buena literatura y hacerlo desde la vocación del oficio de escritor sin ofender a nadie.

Escritor de novelas. Redactor de contenidos para revistas culturales, blogs y páginas webs. Corrección ortotipográfica y de estilo. Writer freelance.