Había dedicado mucho tiempo a la jardinería, o quizá ella se lo dedicó a él. Después de las clases siempre se acercaba al pub de Robin, el Dubliner, para saborear la mejor cerveza negra de la ciudad. Eran sorbos cortos y profundos en los que disipaba toda la tensión del día. Sentado ante la barra mordía unos cacahuetes mientras alguno golpeteaba una diana con sus dardos o deslizaba bolas de marfil sobre el tapiz de un billar americano. Entretanto, una música folk de acordes irlandeses flotaba con el humo de los cigarrillos.
¿Cómo enseñar jardinería a unos muchachos con la misma sensibilidad de un pedazo de ternera sobre el papel de estraza? Nadie le había obligado a ejercer esta profesión, educador, en una sociedad sin educación. Embrutecidos y cauterizados por las sangrientas imágenes de los videojuegos y las películas de acción, los chicos les parecían un pedazo de carne con ojos.
Abandonó el Dubliner sobre las ocho. La gente enamorada camina más despacio, quizá debido a un injustificado temor a pisar con demasiada firmeza el suelo y que el sueño se desvanezca. Él caminaba deprisa y el suelo era el de cada día.
Siempre o casi siempre vestía de negro, hace algunos años, en este país habrían pensado que guardaba luto. En realidad, la costumbre judía era rasgarse las vestiduras y cubrirse después con saco y ceniza, pero él ya no seguía ningún rito excepto el de saborear su Guinness en el bar de Robin, o más bien en el bar del padre de Robin.
Su otra bebida –para las ocasiones especiales- era el ron cubano. El logo era un murciélago, él vestía de negro y su amigo era Robin; a él solo le quedaba protagonizar a Batman.
Si fuera Batman, no permitiría que sus alumnos le menospreciaran, pero las cervezas habían disimulado hasta casi hacer desaparecer sus bíceps y vientre de tabletas de chocolate, ahora las tabletas eran de chocolate a la taza.
En el andén de la línea cinco la misma mujer de todas las tardes esperaba el siguiente tren, para él era excesivo su color de labios y sus ropas provocativas, la imaginaba sin todos sus accesorios, la verdad es que incluso la imaginaba sin nada, pero seguía viéndola vulgar, pelo graso tocado con unas gafas de sol baratas y un bolso tan grande que sería imposible encontrar unas llaves a tiempo.
En el cartel publicitario se promocionaba un viaje al Caribe; posiblemente a consecuencia de la última cerveza o sencillamente por el soporífero calor de los andenes comenzó a imaginar que la mujer venía hasta él corriendo con un diminuto bikini, se movía a cámara lenta, algo así como Bo Derek saliendo del agua y retozando hasta él sobre una arena dorada y blanquecina. Casi podía notar el salitre sobre su piel cuando alguien le despertó de un empujón, Robin disfrutaba con estas cosas:
-¡Qué!, ¿dónde vamos?
Les vinculaba un profundo sentimiento de amistad que fue escrito antes de que nacieran, los abuelos de ambos compartieron barracón en Mauthausen y lograron sobrevivir a los campos de exterminio y las minas de granito.
-No sé, hoy estoy cansado –le respondió molesto por el sobresalto.
-¿Que te pasa, has tenido mal día?, le prometí a mi madre que iría al Yom Kippur…, podrías acompañarme.
-¿Llevas todo el día en ayuno?
-Solo me faltan cuatro horas para terminar mi purificación.
-No creo que tu madre se alegre mucho de verme, además yo…, ya no sigo todos los preceptos, hace tiempo que los he dejado.
-Olvídate de mi madre, además esta noche vendrá Jemima con sus hermanas…, ya sabes, Jemima.
-Si ya sé, ya sé.
Lo que sucedió con Jemima, había dado mucho de que hablar en la sinagoga y los ancianos aún no lo habían olvidado, sencillamente él había roto su compromiso y ninguno de sus argumentos era creíble, en realidad sospechaban que habría otra mujer en su lugar, pero lo cierto es que simplemente tenía miedo, le había pasado toda su vida. Miedo a equivocarse, a fracasar.
-Te recogeré a las diez.
-¿Es que no me estás escuchando?, ¿Qué clase de amigo eres tú que quieres ver como me despellejan?
-Tienes dotes naturales para el melodrama y cada día te estás haciendo más rancio.
En la comunidad judía, iniciar un noviazgo siempre tenía como fin el matrimonio. Ellos creían en un dios protector de las instituciones y defensor de la honestidad. Sus alumnos no creían en nada, habían leído a Nietzsche. Marx, Darwin o Kant. Uno de ellos llevaba una cruz de plata colgada del cuello, pero guardaba más relación con un concierto de Madona que con sus orígenes en tiempos de Constantino.
Se encontraban en el mes de Tishrei, un septiembre especialmente cálido, para acudir voluntariamente con un centenar de asistentes a una sinagoga sin aire acondicionado. A la hora de la ceremonia, él se encontraba tomando un baño de agua tibia con sales minerales mientras escuchaba Kill To Get Crimson.
Divagando entre halos de espuma, acordes y sorbos de cerveza negra recordó las antiguas palabras de las escrituras hebreas: “Y odié la vida, porque el trabajo que se ha hecho bajo el sol era calamitoso desde mi punto de vista, porque todo era vanidad y un esforzarse tras viento”*
Las palabras “esforzarse tras el viento” rebotaban en su mente como bolas de hierro sobre el cristal……………………….continúa………………..
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Cada día tiene sus propias preocupaciones
La lluvia empañaba los cristales de lágrimas huidizas en una ciudad en la que dos gotas de agua eran suficientes para colapsar todo el tráfico. Alan hurgaba su nariz esperando que el semáforo se pusiera verde sin advertir la expresión de náuseas de la conductora que había parado a su lado. Se sintió descubierto, pero ahora era demasiado tarde para disimular y la chica rubia del BMW blanco iniciaba de nuevo la marcha con un rictus de asco en su cara. Él tardó tres segundos más en salir. Hoy no podía llegar tarde a la entrevista de trabajo a pesar del tiempo, no aceptarían la escusa y menos para cubrir un puesto en el que ya se habían presentado setenta y nueve candidatos.
El edificio de oficinas tenía un aspecto acristalado y minimalista y a su vez con un toque retro, quizá por los toldos abombados de la entrada. Siguió el indicativo de visitas en la zona de aparcamiento y después el recepcionista esperó a que cruzara el detector de metales, siempre tenía que explicar lo mismo, lo de su accidente y la placa de titanio en el fémur, aunque muchas veces gastaba la broma sobre las heridas de metralla por la guerra, pero los conserjes, guardias de seguridad y recepcionistas, todos ellos, se habían doctorado en el curso de “esto no tiene gracia”.
La sala de espera estaba vacía, hoy era el último día de convocatoria, se sentó. El circuito de climatización olía a aire viciado y las revistas, además de estar revueltas tenían fechas antiguas; en una de ellas se publicaban las fotos de un famoso durante su boda el verano pasado, parecían felices, pero luego recordó una imagen fugaz en televisión, unas secuencias del canal 4 seguramente de hace una semana en las que el reportero hablaba de la misma pareja que de nuevo era noticia, pero esta vez por que se divorciaban.
La moqueta estaba muy desgastada y sucia de café. No quedaban vasos en el dispensador de agua fría, en algún sitio había un pote de lápices sin lápices. Todo el desorden que le rodeaba le hacía sentir como en casa.
-Señor Wilson, ¿Alan Wilson?
La puerta de acacia oscura se abrió ante él inesperadamente y de ella emergió una señorita con una carpeta, un bolígrafo y una blusa adusta.
-Sígame, por favor.
La falda se ajustaba como el guante de un analista, revelando sus atributos. Y él la siguió casi mareado por su contoneo de lagartija. Se sentía como un cordero que se encaminaba al degüello.
-Puede entrar, le están esperando.
-Gracias.
La cheerleader cerró detrás de él con un atisbo de sonrisa, era consciente de que sus ojos no se habían apartado de su falda, él se giró y vio unas manos que sujetaban unos papeles perfilados por una melena rubia:
-Siéntese- , le dijo sin que todavía pudiese ver su cara.
Lo que sucedió después es que la directora de Publisher Consulting dejó el currículum sobre la mesa y que él supo entonces que aquello era el principio del fin. La directora era la chica del BMW y él…, él era el de la nariz.
El minuto siguiente fue como un salto dela Enterprisehacia el ciberespacio en Star Trek.
-¿Señor Alan Wilson?
Él aún no había salido de su estupor encontrándose a años luz de aquel ciber despacho. (Puede llamarme Alan el narizotas, pensó)
-Puede llamarme Will. Titubeó como un reo ante la silla eléctrica.
-Señor Wilson, necesitamos un corrector de inglés para nuestras publicaciones.
Sobre la mesa había solo una pantalla LG, un teclado y ratón, dos fotos enmarcadas, sus papeles y una placa con su nombre: Susan White. Al ver el nombre, supo que la señora White se lo iba a poner negro.
-Según esto, usted ha trabajado para otras editoriales, ¿por qué no continuó con ellos?
-¿A cual de ellas se refiere?
-Veamos, por ejemplo a esta última. Desde la fecha en que dejó de prestar sus servicios en Global Group Editions hasta ahora han pasado casi dos años, ¿Qué ha estado haciendo en todo este tiempo?
(Touché, pensó. ¿Cómo respondería a esta pregunta? Empecé tres libros sin terminar ninguno, noches de cervezas con los amigos, playa con las amigas, partidas de tenis simuladas por ordenador, lecturas intrascendentes, televisión y mucho, mucho sofá delante de envases de poliespan apilados con restos de comida china. Un cursillo de digitopuntura y la apertura de un blog sobre carteles de cine al que tuvo la genialidad de llamar WillBlogFine y en el que de momento solo había colgado cuatro carteles).
-Me he estado formando-
-¿Ha recibido formación?, ¿dónde ha estudiado?
(Lo único que había estudiado era los resultados deportivos…)
-Soy…, un poco autodidacta.
-Ah, es usted uno de esos…
La cara de perplejidad de Alan y su incapacidad de respuesta, legitimó a la señora White para proseguir su interrogatorio.
-Señor Alan Wilson Martínez…, -la entrevista volvía a comenzar por el principio-. ¿De dónde es su madre?
-Mi madre es de Albacete, pero lleva toda su vida aquí en…
-Muy bien, señor Wilson…, quería preguntarle: ¿Por qué quiere trabajar con nosotros?
(Después de dos años y distribuido más de una cincuentena de curriculums por todo el país, asistido a numerosas entrevistas, rellenados inagotables formularios y tests psicológicos; trabajaría en el primer sitio en que le aceptaran aunque solo fuera de temporada).
-Siempre he admirado sus publicaciones y el estilo de su redacción- (Dios mío, no puedo creer lo que estoy diciendo, pensó). -Trabajar con ustedes sería para mí como un sueño, además tengo muchas ideas e iniciativas que…
-Bien, bien…, señor Wilson, no se agote. Recibirá noticias nuestras antes de quince días.
(Dios mío quince días serán una eternidad, y mi casera no querrá esperar más tiempo. Ya le debo tres meses de alquiler).
-Puedo empezar mañana mismo-
La señora White se puso en pie dando por concluida la conversación:
-Podrá empezar si le aceptamos, señor Wilson, recuerde que hay otros 79 candidatos antes de usted. Buenas tardes y gracias por su visita.
De camino al aparcamiento tropezó con un tipo que iba dando tumbos, parecía que estaba borracho a pesar de su traje impecable color ceniza, ni siquiera se detuvo para disculparse…………………………continúa…………………
Escritor en Ediciones DéDALO desde 2012. Redactor de contenidos para revistas culturales, blogs y páginas webs. Corrección ortotipográfica y de estilo. Writer freelance. Conferenciante. Autor de libros, relatos breves y cuentos para diferentes edades.